El disparate urbanístico presentado por el Ayuntamiento de Rascafría en su Avance de Plan General de Ordenación Urbana se ha visto contestado desde múltiples sectores y esto ha llevado a una primera rectificación que sitúa el crecimiento urbano dentro de parámetros menos desproporcionados. Se ha iniciado un proceso que debería desembocar en acuerdos capaces de satisfacer los intereses de vecinos y visitantes, compaginando desarrollo con conservación de valores ecológicos y paisajísticos. Un difícil camino en un país en el que la especulación urbanística se ha convertido en uno de los pilares del desarrollo económico.
La desquiciada situación que hace del turismo y la construcción fuentes de riqueza inmediata, no debería vendar los ojos de quienes tienen responsabilidades municipales, ni cegar a quienes hacen de la avaricia el objetivo de su vida. El valle del Lozoya como tantos otros lugares, debería empeñarse en la tarea de no repetir el modelo que busca beneficio inmediato sin considerar la pérdida de valor a medio y largo plazo.
El legado natural que supone una cabecera de río procedente de un antiguo circo glaciar, en el centro de la Península, fuente importante para el abastecimiento de la mayor concentración urbana del país, no puede ser dilapidado en aras de un crecimiento forzado por intereses económicos. Vivir en un lugar así obliga a adquirir compromisos, a aceptar restricciones y a tomar decisiones con calma y responsabilidad. Las legítimas aspiraciones de progreso de quienes optaron por no irse a la ciudad y el lógico deseo de no ver alterado el paradisíaco lugar elegido por quienes huyen de ella, no deberían ser posiciones decididamente contrapuestas y enfrentadas. Se hace necesario encontrar el equilibrio sin presiones, sin extorsiones y sin amenazas.
La reiterada aparición en prensa del conflicto surgido en Rascafría ha servido para poner en alerta a ciudadanos y políticos sobre el desaforado ímpetu urbanizador que amenaza a un paraje natural que, a pesar de la proximidad a la gran ciudad, permanece aún bastante bien conservado. Sin embargo la morbosa afición por el sensacionalismo de los medios de comunicación, puede pervertir su innegable valor como tribuna de denuncia pública y acabar soliviantando ánimos o removiendo viejas rencillas personales. Además, ajustándose al ridículo patrón de la crispación política, el papanatismo intenta hacer hincapié en las siglas de los partidos como referencias para situar el origen del desacuerdo.
El debate es más complejo y pone en cuestión cuál debe ser el modelo de desarrollo para un lugar tan singular, cuáles las medidas que garantizarían su protección y quienes pueden o deben tomar las decisiones. Hasta ahora el anuncio de la declaración de Parque Nacional sólo ha servido para acelerar las ansias urbanizadoras, cabe preguntarse si en el futuro esa figura protectora no seguirá propiciando intereses especuladores ante el atractivo turístico de la zona.
Hay demasiados y muy diferentes intereses agrupados o enfrentados por el Plan: conservacionismo, crecimiento, sostenibilidad, ambición, expectativas personales, delirios de grandeza, maniobras políticas, lucha por el poder municipal.
Efectivamente. Rascafría no está en el candelero, estaría mejor dicho que está en un candelabro de múltiples brazos, los hay retorcidos, añejos, y también de moda o de atrevido diseño, algunos encendidos, otros incendiados, en rescoldo, o apagados en la oscuridad del silencio. Convendría que el humo de las velas no oculte la luz que señala a los tramposos.
miércoles, enero 11, 2006
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