miércoles, junio 28, 2006

Voracidad constructora: Un desarrollo insostenible

Por: Carlos Roldán

Me gusta mirar de vez en cuando los álbumes y diapositivas de cuando salía con mis colegas al campo. Últimamente es mi hija la que los ve conmigo y me pregunta sobre lo que sale en las fotos, contándole las aventuras de cuando éramos más jóvenes y disfrutábamos del monte y la naturaleza. Visionar estos recuerdos cada vez me produce más tristeza al comprobar que muchos de los lugares fotografiados yacen bajo toneladas de hormigón, irreconocibles, los mires desde donde los mires.

Les estamos dejando sin campos, sin fresnedas, sin zonas cultivadas alrededor de los pueblos, sin manantiales. Les estamos cubriendo las montañas de urbanizaciones —¡eso sí!— de lujo, a las que muy pocos podrán acceder. Los lugares más recónditos los estamos llenando de carreteras y con ellas al final, allí donde llegar te producía la satisfacción más grande, pues no todos llegaban, un chiringuito, basuras, destrucción.

El futuro siempre ha sido incierto, pero quizás el que estamos fabricando sea algo más negro. Les dejamos una tierra contaminada, cubierta de cemento y alquitrán en la que la soledad es la mayor compañía que van a tener. Se está acabando con la vida de las plazas, de las cañas y la partida de cartas por la de las grandes superficies.

España se está comportando como un país tercermundista, con el desarrollo de los últimos años basado en la especulación del territorio, creciendo a costa de destruir el entorno natural. Todo es urbanizable, incluso las zonas más emblemáticas; siempre se encuentra una excusa para construir un hotel, unos apartamentos, etc. Éste es el caso del Parque Natural del Cabo de Gata, lugar emblemático de playas vírgenes, sin chiringuitos, de clima subdesértico. Pero si alguien no lo conoce, que se dé prisa en conocerlo, pues ya se está proyectando el permitir la especulación de su territorio, con regadíos, apartamentos y hoteles que trasformarán el paisaje hasta dejarlo irreconocible.

Otro ejemplo lo tenemos en Valencia y Murcia, donde en los últimos años las urbanizaciones y campos de golf han crecido como naranjas en los árboles, incluso en zonas protegidas. Y, si hace falta, se recalifican, como ya ha ocurrido con algunos parajes naturales. Pueblos de 400 habitantes se quieren llevar a 10.000. Nada escapa a esta barbarie.

Madrid es otra de las autonomías con un ritmo de destrucción implacable con el que están desapareciendo dehesas, prados, campos bajo planchas de hormigón. Da igual el signo del ayuntamiento, pues todos agachan la cabeza ante la voracidad del urbanismo. Con la excusa de conseguir dinero fácil recalifican hectáreas de campos de cultivos, bosquetes de encinas, dehesas de fresnos, complaciendo la iniciativa privada y con la excusa de aumentar la oferta inmobiliaria para que bajen los precios. Lo cierto es que la vivienda está más cara que nunca y que cada vez son menos los que se pueden permitir el lujo de adquirir una.

Se está teniendo la desfachatez de liberar el suelo con la excusa de impedir la especulación y se está permitiendo que se especule con lo construido. Yo ahora no me puedo negar a edificar en la tierra de mi abuelo, pues si alguien llega y ve el negocio, me pueden expropiar para permitir que ese señor luego especule con los chales construidos. Nada esta a salvo, pues si hay dinero por medio se busca la excusa legal oportuna para conseguirlo, y si no se edifica ilegalmente, con el consentimiento del ayuntamiento o sin él, pues la ley no funciona y en este tema los ciudadano de a pie estamos desamparados.

Los espacios naturales, tal y como están en la actualidad, no son otra cosa que reservas de suelo para construir carreteras, depuradoras, centrales eléctricas, residencias, aeropuertos, pues con declararlos de interés general es suficiente para desestimar su riqueza natural. Ningún ayuntamiento prevé reservar suelo potencialmente urbanizable para este tipo de infraestructuras necesarias para poder dar servicio a los ciudadanos que posteriormente van a comprar las casas. Las políticas municipales consisten en colapsar las infraestructuras existentes, para que una vez no puedan dar el servicio necesario, buscar la forma de solucionar un problema a costa de dar un nuevo zarpazo al medio natural. De esta forma se aseguran el apoyo incondicional de muchos ciudadanos que exigen lo que la sociedad de consumo les prometió.

Muchos piensan que conservar los espacios naturales es un capricho de los ecologistas, pero no se paran en pensar que gracias a que existen esos espacios tenemos agua, recargándose los acuíferos que alimentan los cursos de agua y los pozos. Necesitamos los ríos, los bosques y las zonas abiertas para conseguir que se renueve el aire que respiramos. Los espacios naturales son bioindicadores de cómo lo estamos haciendo y su desaparición nos alerta de la sobreexplotación de los recursos naturales y por lo tanto del deterioro ambiental de nuestro alrededor. Que desaparezcan las avutardas de las estepas cerealistas puede que no tenga mayor trascendencia para muchos, pero significa un deterioro en la calidad ambiental del conjunto de la sociedad. La naturaleza no funciona porque sí, todo tiene relación y romper el equilibrio natural nos puede ocasionar problemas inimaginables. Por ejemplo, la necesidad de que los ríos lleven agua hasta el mar, pues de ello depende que existan playas y bancos de peces en la costa.

El suelo es un organismo vivo que se está destruyendo con el sellado bajo toneladas de hormigón. La impermeabilización del mismo, provoca un mayor consumo de agua para conservar las plantaciones artificiales que nos quieren vender como substitutorias del medio natural aniquilado. Vivimos en ciudades más cercanas a una realidad virtual que a la realidad real del lugar donde vivimos. Queremos transformar la estepa manchega o el desierto almeriense en zonas más propias del norte de Europa, sin pensar qué consumo de recursos naturales conlleva, recursos naturales expoliados de zonas que los necesitan para su supervivencia. Campos de golf, pistas de nieve artificial, jardines de urbanizaciones, piscinas privadas; todos se han multiplicado en los últimos tiempos y todos dependen de un elemento cada vez más escaso, el agua. Se nos quiere vender la necesidad de trasvases, de nuevos embalses, pero la realidad es que cada vez llueve menos y gastamos más. Despilfarramos lo que es más necesario para la vida. Cuando abrimos el grifo, no pensamos que el agua que utilizamos es también necesaria para que otros organismos puedan seguir viviendo.

El desarrollo insostenible que estamos viviendo, lo vamos a sufrir más adelante, cuando el auge de la compra de vivienda como inversión descienda y miles de viviendas queden deshabitadas, deteriorándose año tras año. Si esto ocurriera, ¿de qué dinero van a valerse los ayuntamientos? ¿Cómo van a mantener los actuales equipos y dotaciones municipales? ¿Cómo se va a pagar el mantenimiento de viales, depuradoras y subestaciones eléctricas sobredimensionadas para la población real existente? No habrá otra que subir los impuestos y privatizar servicios que hoy disfrutamos alegremente.


Más información sobre la especulación y la insostenibilidad del modelo de desarrollo actual en la sección de noticias “Hay que pararlo” de la web de ARBA.

[Nota del editor: Además de los casos citados, un ejemplo sintomático de la estrategia estatal de destrucción del litoral mejor conservado puede verse en la planificación de mega proyectos de segundas viviendas por parte de las más importantes empresas constructoras en los espacios vírgenes de la costa gallega, cuyo caso más paradigmático es la Costa da Morte. A pesar de que gran parte de estos espacios están incluidos en la Red Natura 2000, han sido puestos en el punto de mira, pues en ellos se conjugan paisajes sin explotar con precios del suelo comedidos, a lo que se suma agua abundante y barata con que regar los campos de golf previstos.]

© Carlos Roldán
Miembro de la Asociación para la Recuperación del Bosque Autóctono (ARBA), responsable de la delegación del tramo medio del Jarama (ARBAtmj), sita en Talamanca de Jarama.

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